Nunca me atreví a preguntar o tan siquiera prestar atención a
alguna historia pasada, esas que oímos los domingos después de almorzar. Ya
terminaron esas historias para mí, pues no tienen más las fuerzas para
continuar.
Sentada en una silla, al costado de su cama, contemplando su
mirada me atrevo a preguntar sobre aquellas historias que contaba, ella muy
sorprendida por el interés que muestro por primera vez, no duda en contármela.
Mi abuela tenía 13 años, era una niña inquita, bastante
curiosa y poco callada. Ella a su corta
edad vivió cosas inimaginables e insólitas.
Mi abuelita vivía con su tía Elvira en la Embajada de Colombia, con Haya de la
Torre cuando él tenía asilo político durante el gobierno de Manuel Odría. Me atreví a preguntarle por qué
vivía en la Embajada de Colombia y no en una casa normal. Ella sonríe y me
cuenta que en la época en que Haya de la Torre tenía asilo político en la
Embajada por estar perseguido y buscado por el
presidente de ese entonces, Manuel Odría, su tía trabajaba ahí y era
quien la llevaba los fines de semana.
La persecución aprista fue un suceso que marcó la niñez de
mi abuela, pues ella vivía en carne propia lo que fue esta etapa. Luego del
fracaso del levantamiento de octubre de 1948 en Arequipa el gobierno Peruano
declaró fuera de la ley la alianza popular revolucionaria
americana y se dictaron órdenes de arresto contra esos dirigentes incluyendo al
jefe del A.P.R.A por lo que Haya de la Torre pidió asilo político en la
embajada de Colombia que le fue otorgado al día siguiente de la petición.
Entre una de las aventuras que vivió por estar en esa
situación, la que más gracia y curiosidad me causó, fue en la que ella llevaba
las cartas en las axilas. Cada tarde a la salida del colegio la esperaba una
señora, que decían que era la hermana del señor Raúl, ella le daba las cartas y
se las pegaba bajo las axilas, pues cada vez que regresaba a "casa" era revisada por
los investigadores que cuidaban que Haya de la Torre no tuviera contacto con
nadie. Ella me cuenta que sentía miedo pero también la embargaba la adrenalina
de hacer un niño cuando hace alguna
travesura. Se sentía importante al llevarle las cartas y bacilar a todos los
investigadores que estaban en la Embajada cuidando a un buscado político.
En ese mismo año mi abuela tenía que hacer la Primera
Comunión por lo que el Señor Raúl se apresuró en inscribirla en la catequesis
de la Parroquia María Auxiliadora y le compró todo lo que necesitaba para
recibir el importante sacramento, su madrina fue una colombiana amiga de ella
Alejandra Gonzales, a la que conoció en la Embajada.
Quien puede imaginar que una persona de 13 años sea capaz de
hacer semejante hazaña, sabiendo que de por medio estaba la vida de una
persona. Por eso, ahora que contemplo a mi abuela dormida, agotada, después de
contarme su historia, siento un orgullo inmenso de ser su nieta y sobre todo de
pertenecer a esta familia.
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